It´s a Rush

¿Soy yo o, cuando una banda se empieza a autodenominar con términos como no-mainstream, anti-cool o alternativa-no-popular, dejan de ser no-mainstream, anti-cool o alternativa-no-popular?

No me malentiendan, yo también me emocioné cuando Måneskin ganó Eurovision y se viralizó con su versión de Beggin‘, todo en espacio de unos pocos meses. Yo también tuve esta esperanza de «el gran regreso del rock and roll» (que a fin de cuentas muerto, muerto, nunca estuvo). Yo también me ilusioné con su llegada a latinoamérica (aunque no lo suficiente como para ir a su concierto que, aquí en CDMX, programaron en la misma fecha que el de BMTH); y yo también corrí a escuchar Rush, su última entrega, el mismo momento en que Spotify me avisó que ya estaba disponible.

Y, ¿con qué me encontré? Con un álbum tan plano que raya en lo cliché, letras criticando a la misma industria que les dió plataforma para las antes mencionadas giras y canciones virales, música que extrañamente empeora entre más subes el volumen, y referencias a otras épocas del rock que casi caen en el caricaturismo (Damiano fingiendo un acento británico en Kool Kids? Paso.)

Lo irónico es… que entiendo a dónde quiere llegar la banda con ésta entrega llena de letras sexuales exageradas, baladas tibias y auto engrandecimiento incoherente. El mundo se quedó sin rockstars en algún punto del camino, y los adolescentes edgy de nuestra época no cuentan con un movimiento contracultural en torno al cuál basar su personalidad. Las redes sociales, las plataformas de streaming con música on-demand, y la globalización de la cultura nos dejaron con un collage de playlists en las que coexisten punks anti-todo y súperestrellas del pop, con una sociedad que escucha lo que el algoritmo le muestre, borrando casi por completo las líneas entre géneros musicales y subculturas sociales.

En este contexto, la banda de rock ataviada en Gucci y popularizada en Tiktok, parece ser la única opción con suficiente fama y reconocimiento como para venir y revivir al la contracultura, para convertirse en las idealizadas estrellas de rock de nuestra era, por más absurdas que sean sus estrategias.

Tampoco me quiero quedar sólo con lo negativo; admito que varias de las canciones de Rush ya se abrieron paso hasta mis playlists, y que incluso estoy tarareando el coro de Mark Chapman mientras escribo ésta reseña. Esa es la belleza de Måneskin: son carismáticos y potentes; y parecen haber encontrado la receta para hacer discos con más de un sencillo viral, alguna balada que haga llorar a sus fans más asiduos, y alguna rola en italiano que conquiste el corazón de los amantes de lo «infravalorado».

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