«Trainspotting»: un manifiesto a la cruda realidad

Si alguna vez hubo una película que buscara demostrar la realidad de un punk al final de los ochentas, esa es «Trainspotting» de Danny Boyle. Esta experiencia cinematográfica busca ser como un cuchillo viejo, oxidado y mellado; se entiende por lo que ha pasado pero no al cien, arroja un dedo medio a las normas sociales y la narración convencional, y nos lleva en un viaje rebelde a través de las angustiosas vidas de los adictos a la heroína en la parte más vulnerable de Edimburgo, Escocia.

«Trainspotting» no es una película común y corriente. Es una bofetada desafiante a la corriente principal, que desafía el statu quo con su actitud antiautoritaria. Desde los momentos iniciales, nos sumergimos en un mundo de caos, adicción e inconformismo. La interpretación de Ewan McGregor como Mark Renton, nuestro antihéroe punk, es fascinante. Su ingenio sarcástico y su búsqueda inquebrantable del placer lo convierten en la máxima encarnación del espíritu DIY (Do It Yourself, o hazlo tu mismo en español). En vez de quedarse tirado sin hacer nada busca siempre otra forma de obtener lo que quiere.

Lo que distingue a esta película es su aceptación inquebrantable del lado oscuro de la vida. En vez de esperar el madrazo de la vida, esta película corre hacia el puño, no rehúye de las sombrías realidades de la adicción y la pobreza, ni la romantiza y/o marginaliza; busca mostrarte cómo es el pedo. Nos lanza al frente y al centro, desafiando a la audiencia a confrontar estas verdades incómodas de frente, sin edulcorantes, sin arcos de redención, solo un paseo sin filtros y sin disculpas por las calles sórdidas de una sociedad que ha abandonado a estas almas perdidas.

Foto: PolyGram Filmed Entertainment

La actitud de bricolaje es evidente a lo largo de «Trainspotting«. Los personajes navegan por sus vidas caóticas con una autosuficiencia que rechaza las normas sociales, negando se parte de ella y saliendo por su adicción. Sus anárquicas aventuras y audaces payasadas se convierten en un grito de guerra para cualquiera que se sienta como un extraño, desafiando la idea de un camino predeterminado hacia el éxito. Abrazan su individualidad y se niegan a ser definidos por las expectativas del mundo.

La edición y las imágenes de la película son una obra de arte por derecho propio. Su enfoque poco convencional se alinea perfectamente con el desdén del punk por la estética convencional. Los cortes rápidos, las secuencias surrealistas y las imágenes inquietantes crean una experiencia inmersiva que persiste mucho después de que pasan los créditos, en especial la escena del bebé en el techo. Es un asalto visual y auditivo que refleja el caos y la desilusión de la adicción.

Arte: Martin Conway para New Sounds Magazine

Pero, más allá de su desafío y rebelión, «Trainspotting» también ofrece una crítica conmovedora de la sociedad. Pone al descubierto las consecuencias de descuidar a los marginados, desafiándonos a cuestionar los sistemas que perpetúan la pobreza y la adicción. La película es un llamado a las armas, instándonos a actuar y empatizar con aquellos que luchan contra viento y marea.

En conclusión, «Trainspotting» es un manifiesto contra el sistema en el cine. Su retrato sin disculpas de la adicción, la rebelión contra la autoridad y el rechazo de la cultura dominante la convierten en un clásico atemporal para la crítica del sistema occidental. Si está buscando una experiencia cinematográfica que lo deje inquieto e inspirado, esta es la opción. Así que ponte tus botas, abraza el caos y únete a Renton y su cagadero de amigos por los callejones oscuros de «Trainspotting«. Esta película no es para para admirar a los personajes, sino para escupir al sistema que los llevo a eso.

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